A Mariña Lucense: tierras y playas de castrexos y romanos
(Caminos de la memoria)
A Mariña Lucense es donde pasé la mayor parte de los veranos de mi infancia. Mi abuela paterna -que emigró a Buenos Aires allá por los años 20- era de Ribadeo, y mi abuela materna -a la que conocí y con la que crecí- de A Espiñeira, un lugar de la parroquia de Vilaronte (ayuntamiento de Foz, en la hermosa desembocadura del río Masma). Por ese motivo, mis memorias mariñanas se remontan casi al comienzo de mi existencia. Y por esa razón -el haber pasado muchos momentos de la infancia allí- mi visión de este territorio tiene matices emotivos e incluso mágicos.
Recuerdo esos viajes desde Lugo con paradas clásicas en el camino: Outeiro de Rei, Rábade, Vilalba, Abadín, Mondoñedo, Lourenzá, Celeiro, Santa Cilla... y sobre todo en aquel café-mirador que había antiguamente cerca de Mondoñedo. Parábamos casi siempre a tomar un café/chocolate y habitualmente también un trozo de la tarta tradicional con cabello de ángel. Hoy en día, cuando voy con visitas, repito casi siempre la jugada pero con parada en el centro mindoniense. O Rei das Tartas, uno de los primeros "lugares de memoria"... que mítico!
Luego están las memorias de lo vivido propiamente en A Mariña. Nosotros siempre nos quedábamos en Foz -porque era donde teníamos a la mayor parte de la parentela-, pero las excursiones de cada verano eran siempre numerosas: Ribadeo (As Catedrais, Rinlo, Illa Pancha), Barreiros, Burela, Xove, Sargadelos... sólo por citar las más frecuentes.
Ya de adolescente fue cuando comencé a interesarme más por la historia de las tierras de mis ancestros, y recuerdo perfectamente mis vueltas olímpicas investigando con la bici: a San Martiño de Mondoñedo (donde está la catedral más antigua de la península Ibérica y hoy también el Espazo Caritel), al Castro de Fazouro, al Bispo Santo... En esos recorridos, y también siendo más pequeño, siempre me gustó otear el horizonte imaginando del otro lado a los galos Astérix y Obélix (y a sus parientes que según creo migraron a A Mriña allá por los siglos V y VI), así como a los primos irlandeses y otros de los miembros de la familia céltica europea.
Ya de más mayor fue cuando descubrí en mayor profundidad los ayuntamientos que visité menos en la infancia. Cada año yendo al 3x3 de basket de Viveiro me enamoro más de esta hermosísima villa medieval, sobre todo cuando subimos con los amigos al San Roque para ver la ría desde la altura. O Vicedo y Ourol y sus formidables paisajes, que disfrutamos siempre de camino al festival de Ortigueira; la Maruxaina, cita imprescindible de cada verano en San Cibrao; O Valadouro, y sus tierras cargadas de historia (véanse los yacimientos de Chao da Cruz o los de As Penas do Carballido); Alfoz y la Finca Galea, A Pontenova y sus hornos de Vilaoudriz, los castros de Sante y Vidal del ayuntamiento de Trabada... y tantos otros lugares que de a poco iremos recorriendo con los próximos artículos del Homo Ambulans.
(Artículo de Guido Álvarez en colaboración con Galicia Confidencial y GC Tendencias)