Historia de Galicia: El Castro de Santa Tecla
A mediados del siglo VIII antes de Cristo, en el noroeste de la Península Ibérica, se aprecia una transformación radical con la aparición de los primeros poblados de carácter estable, denominados castros, una forma de hábitat no exclusiva de esta zona pero que en ella alcanza su máxima expresión. El esplendor de la cultura castreña se sitúa ya en plena época de la dominación romana, siendo los ejemplos mejor conservados los castros de Coaña, en Asturias, y el de Santa Tecla, en Galicia.
Estos nuevos poblados surgen de forma progresiva, imponiéndose como sistema dominante porque su emplazamiento controla los pasos estratégicos y permite el acceso a recursos naturales fácilmente explotables. Su forma de hábitat se caracteriza por núcleos de distinto tamaño, desde los más pequeños, de 23 por 20 m., hasta los mayores, de 391 por 280 metros. Se ha calculado que en su interior habitarían una media de 250 individuos.
El Castro del Monte Santa Tecla, en la localidad pontevedresa de La Guardia, se encontraba fuertemente defendido por una muralla, fosos y torres, en el interior del recinto amurallado, de forma desordenada y sin apenas espacio entre ellas, se situaban las viviendas. La mayoría de las casas de los castros eran pequeñas y circulares, elaboradas mientras que otras, de planta cuadrada, podían tener hasta diez metros de longitud. El grosor de sus paredes es bastante uniforme y con un mejor acabado cara al exterior. Estas viviendas se asientan directamente sobre la roca madre y sus muros estarían recubiertos con un mortero de cal y arena.
Muchas de las cabañas presentan un vestíbulo de acceso que muchos autores entienden que se trata de un influjo mediterráneo adaptado a las características de las construcciones indígenas.
En el interior, algunas presentan bancos adosados, el pavimento en algunos casos es de tierra pisada y en otros de losa. En muchos de los umbrales de entrada se pueden ver los goznes, agujeros en los que se ajustarían las puertas. La vida cotidiana se llevaba a cabo en la vivienda, en torno a un fuego central rodeado por bancos corridos. Al frente de los castros se hallaría un grupo privilegiado, que se beneficiaría de los bienes y objetos suntuarios procurados por actividades como la agricultura, la ganadería, la caza, el marisqueo o el comercio.
El Castro de Santa Tecla es el más emblemático y visitado de los castros gallegos, declarado Monumento Histórico Artístico Nacional en el año 1931 y, también considerado Bien de Interés Cultural, nos transporta de manera espectacular a la cultura de nuestros antepasados.